Debería de invitar a la reflexión el hecho de que niños de 14 y 16 años lleven a cabo actos tan repugnantes como profanar una tumba. No es fruto de la rebeldía de los adolescentes, sino de un odio que se inculca a esos niños desde que están en la cuna. Se siembra la semilla del odio, se riega y abona, día a día y con esmero, y así, antes o después, se consigue transferir –siempre incrementado- ese sentimiento de odio hacia los que suponen un obstáculo para los planes separatistas y totalitarios de esa parte putrefacta, nauseabunda y despreciable de la sociedad vasca que está representada por los oteguis, txapotes, dejuanachaos, barrenas, txerokis, y demás despojos inhumanos.
Hace no mucho veía un vídeo en el que aparecía Gregorio Ordóñez defendiendo, con valor y firmeza, sus posiciones, y enfrentándose con coraje a los nacionalistas y a la porquería etarra. Me emocionaba escuchando la valentía con que defendía España, la libertad y los valores democráticos. La labor de gente como Gregorio y tantos otros, que lucharon -y luchan- diariamente por la libertad en el País Vasco, debe ser nuestro referente moral: un espejo donde mirarnos para, cada uno desde el lugar que ocupamos en la sociedad española, unirnos a ellos y pugnar por la libertad y la paz en aquella tierra.