12 septiembre 2007

Calderón, un extremeño en la cumbre

Español, extremeño, de Villanueva de la Serena. Con un ocho a la espalda y un par de alas de cigüeña por brazos, José Manuel Calderón sobrevuela, desde la temporada 2005-2006, las canchas de EEUU, y ahora, durante la disputa del Eurobasket, de nuevo, de España; como cuando jugaba en el Lucentum de Alicante, en el Fuenlabrada, en el TAU Vitoria, o en el Doncel de Villanueva, donde comenzó la meteórica carrera que le ha llevado a la mejor liga del mundo: a la NBA.

Calderón es Marca Extremadura, y de la buena. Un extremeño de pro. Nuestro mejor embajador en los EEUU y Canadá. El primer jugador español en ganar un partido de playoffs en la NBA. Un “number one” que casi todo lo hace bien en ese deporte de la pelota y la canasta.

“Mr. Catering”, como lo llama Andrés Montes, dirige la orquesta española con maestría, tira del carro cuando toca, reparte juego como nadie y encesta triples de los que te levantan del sillón.

Practica un básquet pata negra de bellota. Y, lo mejor de todo es que, aunque se halla en la cumbre del baloncesto internacional, mantiene los pies en el suelo, la humildad intacta y aún un enorme potencial de juego por desplegar. Es seguro que nos seguirá deleitando con su ba-lon-ces-to, que diría “Pepu”, durante muchos cuartos, partidos, temporadas, años. Disfrútenlo.


06 septiembre 2007

Inmigración y sueños frustrados

Los telediarios del pasado martes, y las fotografías de portada de la mayoría de los periódicos del miércoles, mostraban cómo la desesperación puede llegar a calcinar el alma, e incluso a incendiar algo menos etéreo, como es el cuerpo. En este caso, el cuerpo de un inmigrante rumano que, como acto extremo de protesta ante los organismos públicos que habían despachado sus peticiones de ayuda económica para regresar a su país, enviándolo los unos a los otros, prendía fuego a su propio cuerpo frente a la Subdelegación del Gobierno en Castellón.

El visionado de tan sobrecogedoras imágenes desata, en cualquier persona con un mínimo de sensibilidad, un torbellino de sensaciones, ninguna de ellas agradable, e, inevitablemente, nos lleva a preguntarnos cuán elevado no sería el grado de frustración de este señor para llegar al punto de prenderse fuego a sí mismo, pero, también, a reflexionar acerca de ese drama humano constante que es la inmigración.

Aunque Rumania forma parte de la UE y, por tanto, sus ciudadanos pueden circular libremente por los países de la Unión, la situación laboral y las condiciones de vida de la práctica totalidad de los inmigrantes rumanos en España no es distinta de la de los inmigrantes que proceden de países no integrados en la UE.

Lo acontecido el pasado martes es una muestra, quizá más llamativa, pero no por ello más terrible (aunque tampoco menos), de lo que, de un tiempo a esta parte, podemos contemplar casi a diario. Una muestra más de las tragedias que tienen como tristes protagonistas a inmigrantes. Una muestra más que viene a reforzar las tesis que defienden la necesidad de regular la inmigración, de que ésta esté sometida a un control y de que los inmigrantes lleguen con un contrato laboral, por el bien, sobretodo, de esas personas, que son estafadas por las mafias, que entregan todo lo que tienen a cambio de una promesa de un puesto de trabajo que les permita ayudar a sus familias a salir de la pobreza para, juntos, poder alcanzar una vida mejor; y que comprueban, cuando llegan al paraíso prometido, que éste no es tal.