20 julio 2007

Marineros de aguas sucias

Sería una estupidez pretender culpar al PSOE del agrietamiento del buque “Don Pedro” y del vertido de fuel del navío en aguas ibicencas. Igual de estúpido sería intentar endosar la culpa del hundimiento del “Prestige” al PP, aunque, en su momento, algunos lo hicieran. Ahora bien, los respetivos Gobiernos sí son responsables de la gestión de estas catástrofes. No resulta sencillo el abordar problemas de esta relevancia de forma eficiente y solucionarlos rápidamente. Los nervios se desatan, se exige rapidez de acción y se requieren actuaciones precisas. Es complicado, muy complicado, gestionar estos desastres en los que, a mayor dimensión, más difícil solución. Al final, en una u otra decisión, se yerra, y es ese el momento en el que los oponentes políticos saltan a la arena e intentan aprovechar la “metedura de pata” del adversario. No hablo de declaraciones más o menos afortunadas, fruto de los nervios o de un pretendido intento de minimizar la trascendencia de la catástrofe. Esto, al fin y al cabo, contribuye a tranquilizar o crispar a los ciudadanos, según cuáles sean las manifestaciones del dirigente; pero no ayudan en nada a solventar el problema.

Siendo todo esto cierto, no lo es menos que este tipo de situaciones ponen a prueba a los gobiernos, y también a las oposiciones. Y nos permiten, entre otras cosas, percatarnos de la impostura, la falta de coherencia y el oportunismo político de algunos, cuando podemos observar como estos repiten lo que criticaron en aquellos y para justificarse, en esa estrategia de oposición a la oposición, vuelven a recordar los errores de los otros, introduciendo un toque -nada despreciable- de demagogia, en lugar de solucionar el problema que –ahora- ellos tienen “entre manos”. Está comprobado: cuando la porquería se desparrama –ya sea metafórica o literalmente- es raro el dirigente político que no acaba manchado. Unos porque se ven salpicados. Otros porque parecen disfrutar chapoteando en el charco. Al final, aunque uno se vaya al extranjero, como el Presidente Zapatero, acabará pringado, y con razón.

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